«Las posibilidades del cine de carácter social están en la actualidad desactivadas en su dimensión política. No digamos del resto de las producciones pensadas para el gran público. Los mecanismos de ficción —e incluso del documental— tienden a explotar el lado emocional del espectador a través de los recursos del melodrama, olvidándose de presentar el cuadro general en el que se engloban las estructuras basadas en la desigualdad que rigen nuestra sociedad. En un sentido u otro, el carácter revolucionario que se intuía en el séptimo arte a principios del siglo XX parece haber quedado en una promesa aplastada por el aparato burgués que se ha apropiado del mismo. Este artículo pretende dar un repaso breve a los aspectos formales, discursivos y de producción que lo han reducido a un mero dispositivo de entretenimiento y espectáculo para las masas, desposeyéndolo de cualquier posibilidad real de explotarse como plataforma revolucionaria.»
El Fáctico (septiembre de 2019)